¡VIERNES SANTO!, ésta es la noticia: acaban de asesinar a un hombre inocente, que, además, dicen que es Dios. Anoche, cuando estaba rezando a solas en el campo, un amigo traidor lo entregó al tribunal de la religión, al tribunal del imperio, finalmente al tribunal popular y, entre todos, lo lincharon y lo crucificaron. Era conocido como Jesús de Nazaret, el hijo de María, el hijo de José, el Hijo de Dios.
El Viernes Santo es el día de la pasión de Cristo, el día en que se celebra el significado de la cruz y el sacrificio que Jesús hizo por los hombres. Este es precisamente el significado del Viernes Santo, porque el símbolo de la Cruz y la crucifixión nos recuerdan el sacrificio extremo del hijo de Dios por los hombres.
Después de la traición de uno de sus discípulos, Jesús se enfrentó a su mayor prueba: aceptar hacer lo que su Padre le pidió, que fue dar su vida para salvar a la humanidad del pecado. Precisamente para presenciar este momento difícil, en el Viernes Santo es tradición que las campanas de las iglesias no suenen.
Hoy comenzamos nuestro encuentro pensando en esa frase y dándole vueltas en nuestro corazón: “A tanto amor, tanto desamor”.
Hoy es Viernes Santo, día de la Pasión del Señor, día del amor ultrajado, día de recogimiento. Silencio y más silencio interior. Hoy no podemos menos que acompañar a Cristo camino del Calvario y acompañar también a su Madre, que sufre tanto de ver así a su Hijo.
Entremos, olvidemos todo el exterior; sintamos, llenémonos de dolor al ver a Jesús destrozado y no comprendido: es la máxima historia de amor, el amor que ha tenido por ti y por mí. Y a tanto ha llegado su amor, que ha pasado por la muerte, por la cruz, pero para darnos vida, para darnos alegría y fuerza.
Queridos hermanos, en este viernes Santo, acabamos de proclamar la Pasión según S. Juan, según se realiza siempre en la liturgia y la Pasión es una gran escuela para conocer el corazón de Cristo por dentro. Todos esos relatos y detalles, cada uno de ellos refleja ese corazón de Cristo.
Me vais a permitir que me fije en dos episodios de esa pasión amplia que hemos escuchado. En el momento en el que Jesús va a ser detenido en Getsemaní, se pregunta: ¿Eres tú Jesús el nazareno? Sí, soy yo, lo repite. ¿A quién buscáis? A Jesús el nazareno.
Hay una frase de Jesús con una carga de profundidad especial, cuando van a prenderle dice él: si me buscáis a mí, dejad marchad a éstos. Una frase que retrata como es el corazón de Cristo y cuál es la relación que Él tiene con nosotros.
Y el evangelio continúa diciendo: “Así se cumplió lo que había dicho Jesús, no he perdido a ninguno de los que me diste”, es una referencia a esa oración sacerdotal que también recoge el capítulo anterior del evangelio de S. Juan, en la que Jesús después de la Última Cena, oró al Padre diciendo: “Padre te ruego por ellos, por los que me encomiendas, para que sean uno, para que ninguno se pierda, para que se cumpla la Escritura”, es decir, Jesús a orado al Padre, le ha pedido que no nos perdamos, que nos guarde, porque Él ha venido a guardarnos; Jesús se presenta como nuestro intercesor, como nuestro defensor, más todavía, como nuestro vicario, la palabra vicario quiere decir alguien que te sustituye, es ese sentido último de la Pasión, Jesús se cambia por nosotros. ¡Así es Jesús! Así responde Dios al mal del mundo, asumiendo las consecuencias del mal del pecado y pidiendo nuestra libertad.
Esta misma expresión de alguna manera también se ve referida en la figura de Pilato, éste evangelio de S. Juan remarca mucho esa figura, y creo que también es importante ver que existe una misericordia de Jesús hacia Pilato, símbolo de los que escurren el bulto, ¡eres un Pilato!, es decir, te limpias las manos en vez de afrontar los problemas, no te juegas el tipo, no te juegas el prestigio.
Pero es curioso que en Jesús hay misericordia hacia Pilato, en ese diálogo que existe entre ambos, por una parte vemos que aquél hombre no tiene una maldad absoluta, intenta liberarle a Jesús, con muchas contradicciones ¡no!, dice: “no encuentro en él ninguna culpa, entre vosotros es costumbre liberar a un preso por Pascua”, pero no le sale bien, entonces manda azotarle para intentar aplacar la ira del pueblo, tampoco le sale bien, “aquí os lo traigo para que veáis que no encuentro en Él ninguna culpa”, y finalmente dice que es inocente de esa sangre, que asunto vuestro y se lava las manos.
En Pilato vemos, además de su evidente pecado, un hombre impactado ante el misterio que envuelve la persona de Jesús, ante una personalidad que le resulta apasionante, y de sus labios brota: “¿De dónde eres tú? ¿Pero tú de dónde eres?” Le impresionan los silencios de Jesús, su mansedumbre, ver que no se defiende ante quienes le atacan.
Y las palabras de Jesús hacia él, son más exculpatorias que inculpatorias, cuando le dice: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, sino te la hubieran dado de lo alto, por eso el que me ha entregado a ti, tiene un pecado mayor”, es decir, tú también tienes tu pecado, por supuesto, pero Jesús le está más exculpando que inculpando. La tradición cristiana se ha percatado de estos signos de misericordia de Jesús hacia Pilato. En definitiva, Pilato no sólo es símbolo de los que escurren el bulto, sino acaso es también patrono de los que escurrimos el bulto. La misericordia de Jesús no da a nadie por perdido, a nadie. El justo ha muerto por los pecadores, y en su pasión y en su muerte todos hemos sido liberados, hemos sido rescatados, hemos sido vivificados, profunda gratitud es lo que tiene que brotar de nosotros el viernes Santo.
Hoy celebramos la culminación de su vida entregada. Hoy caemos en la cuenta de que solo le quedaba una cosa que dar, la propia vida, y la entregó. Hoy celebramos a Jesús hecho puro amor en total gratuidad. Así es Dios. Nuestro padre Dios nos invita a entrar en el misterio del amor de Cristo. Contemplemos, acojamos y adoremos.
¡Así sea!